El día 11 de agosto celebramos a Santa Clara de Asís, quien, en el seno de una noble familia, en 1913 naciera. En la primavera de 1211, movida por el Espíritu e iluminada por la predicación de Francisco, dejó todo para seguir a Jesús. El Domingo de Ramos al amparo de la noche, Clara se fugó de la casa paterna y fue a Santa María de la Porciúncula, donde Francisco la recibió y la consagró al Señor. Poco después se estableció en el convento de San Damián, restaurado por Francisco.
Clara fue una mujer de su tiempo: su talante, formación humana y espiritual, su sensibilidad, así como su vida. Representa uno de los más dignos exponentes de valentía y coherencia, creatividad y fervor espiritual, que en la actualidad se ve reflejado en la vida de las damas pobres.
La Vida Contemplativa Clariana tiene, ciertamente, una palabra que decir, su particular aportación,
no sólo en la Iglesia, como es propio de todos los carismas, sino también en el campo de la cultura y de la sociedad, siendo, con realismo y con humildad, signo de la fe en el Dios de Jesucristo y en su proyecto, y signo de humanidad a través de los numerosos gestos humanizadores que caracterizan esta forma de vida: una manera alternativa y auténtica de estar en el mundo; testigo de la presencia y del amor gratuito de Dios; la vida fraterna «signo» de la radical libertad humana; escucha y acogida de la palabra de los hombres y de sus pasiones humanas.
Clara muere el 11 de agosto de 1253, musitando esta oración: “Gracias porque me creaste”. Alejandro IV la canonizó el 15 de agosto de 1255.